La epilepsia es un trastorno neurológico crónico que afecta aproximadamente a un 1% de la población mundial y sufre cerca de 60 millones de personas en el mundo. Se caracteriza por la aparición de crisis epilépticas recurrentes, convulsiones y alteraciones del funcionamiento mental y emocional propias de la enfermedad. Estas convulsiones se deben a una descarga anormal de descargas eléctricas en el cerebro que provocan cambios transitorios pero significativos en la actividad eléctrica cerebral. Estas alteraciones en el cerebro pueden llevar a períodos de tiempo en los que el paciente está desorientado o afectado en su comportamiento o entendimiento. Aunque es una condición crónica y potencialmente grave, la epilepsia y sus síntomas pueden ser manejados exitosamente si se diagnostica y controla adecuadamente.
El tratamiento suele incluir medicamentos antiepilépticos y en algunos casos, cirugías y terapia farmacológica.
Hay dos categorías principales de epilepsia, idiopática y sintomática, aunque hay muchas variedades diferentes.
La epilepsia idiopática es el tipo más común.
La epilepsia sintomática, por otro lado, se debe a un daño o lesión cerebral, como traumatismo, tumores, trastornos metabólicos o enfermedades infecciosas del SNC. Los síntomas de la epilepsia varían dependiendo del tipo de epilepsia, del lugar en el cerebro del ataque y de la cantidad de personas afectadas. Los ataques epilépticos se pueden caracterizar por convulsiones, movimientos bruscos y descoordinados, alucinaciones visuales, auditivas y olfativas, estado de confusión mental, pérdidas de consciencia, miedo o ansiedad, e inclusive, coma. Los ataques más comunes se conocen como ausencias, en las que un paciente puede empezar a mirar fijamente y perder temporalmente la consciencia. Los episodios de epilepsia son diagnosticados por un equipo médico tras examinar a los pacientes y realizar una serie de pruebas, como el EEG. En algunos casos, el diagnóstico puede requerir radiografías, tomografías computarizadas, resonancia magnética y una amplia variedad de exámenes y pruebas de sangre. El tratamiento de la epilepsia suele incluir medicamentos antiepilépticos, ejercicios de relajación, terapia cognitiva o conductual, así como el uso de dispositivos para el control de la epilepsia, como los estimuladores cerebrales profundos.
Además, en casos muy seleccionados se requieren procedimientos quirúrgicos como la resección de tejido en el cerebro, la desactivación de un área del cerebro o el procedimiento de estimulación magnoencefálica para controlar los síntomas.
En los casos donde los pacientes no responden bien al tratamiento farmacológico, la cirugía o la terapia farmacológica pueden llevar a una mejora significativa de la calidad de vida. Para aquellos que no responden bien al tratamiento médico, la vida puede ser difícil, pero con el apoyo de familia y amigos, profesionales médicos y un trabajo arduo para aprender a manejar los síntomas del ataque epiléptico, la epilepsia puede ser una condición muy manejable.
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