La tubercula de Darwin o “córnea de los Darwin” es una lesión cutánea degenerativa localizada predominantemente en la cara. Esta enfermedad fue descrita por primera vez en 1882 por el famoso científico inglés Charles Darwin y es en la actualidad el ejemplo más conocido de una entidad clínica congénita o autoinmune.
La enfermedad es causada por una anomalía visual defectuosa del tejido conectivo, una disfunción en los anillos conjuntivales y una inflamación crónica. La afección se caracteriza por la aparición en la epidermis de una placa dura, gris amarillenta que se desarrolla lentamente, afectada en los extremos de áreas de textura ósea, seca y gris oscura.
Estas lesiones cutáneas se forman sobre todo en la parte superior de la nariz, los párpados, la mejilla y el labio superior. Aunque la tubercula de Darwin generalmente no es dolorosa, puede generar molestias en caso de infección, como asma, dolor sordo, sequedad, picazón y enrojecimiento. En algunos casos, puede provocar complicaciones como cicatrices, inflamación en los ojos y la formación de tejido cicatricial. En algunos pacientes, la enfermedad se desarrolla como una pan-1, lo que significa que afecta a la cara y a otras partes de la cabeza a la vez.
En los casos más graves, la inflamación se extiende por el cuello ganando terreno hacia el tronco. La tubercula de Darwin no es una enfermedad contagiosa, pero se cree que se desencadena cuando los tejidos conectivos débiles se rompen debido a la exposición prolongada a factores ambientales, como el sol, la contaminación, el frío y los cambios hormonales.
Además, algunos estudios han relacionado el uso prolongado e inadecuado de cosméticos, la aplicación de ropa apretada alrededor de la cara, el estrés emocional y una alimentación deficiente con el desarrollo de esta enfermedad.
La tubercula de Darwin no se puede curar, aunque su tratamiento puede ayudar a prevenir su desarrollo y/o tratar los síntomas. El tratamiento consiste principalmente en el uso de medicamentos esteroides tópicos para controlar la inflamación, los anticonceptivos orales para controlar los desequilibrios hormonales y láser para reducir la apariencia de cicatrices.
Sin embargo, el mejor tratamiento es prevenir la lesión de la tubercula de Darwin, lo cual es posible tomando algunas medidas sencillas. Es importante no exponerse a largo plazo al sol sin protección, usar algún tipo de cosmético diseñado para prevenir la inflamación por largos períodos de tiempo y evitar la exposición a ambientes extremos o pollutantes.
También resulta útil adaptar una dieta saludable para tener un buen equilibrio nutricional y evitar alimentos que pueden irritar la piel de la cara. En general, la tubercula de Darwin es una afección cutánea desagradable, pero poco dolorosa que puede tratarse con medidas de prevención y remedios adecuados. Aunque no se puede curar, el tratamiento temprano y el cuidado adecuado pueden ayudar a controlar los síntomas y prevenir el desarrollo de complicaciones potencialmente serias.
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