La monarquía es una forma de gobierno histórica en la que un rey o una reina es el último autócrata y está investido con una autoridad suprema y soberana irreversible. La monarquía se caracteriza comúnmente por la existencia de títulos hereditarios, una variada tradición de leyes, costumbres y normas de comportamiento, y la aceptación de factores religiosos como elementos importantes de su marco político.

Desde los tiempos antiguos, la monarquía no solo ha sido una forma de gobierno establecida, sino también una fuente de orgullo más que de disensión. Además, ha pasado a través de numerosas formas, desde el gobierno de los reyes y reinas absolutistas hasta formas constitucionales modernas de monarquía parlamentaria. Actualmente, hay trece países monárquicos tradicionales, liderados por soberanos distintos, ubicados en todas partes del mundo, desde Europa hasta Asia y el Pacífico. Estos estados incluyen a Japón, el Reino Unido, España, Holanda, Suecia, Arabia Saudita, Qatar y Bahréin, entre otros. Mientras tanto, hay varias familias reales aún más antiguas, como la Familia Imperial de Saxe-Coburg y Gotha-Sassen de Bélgica, el Trono de Serbia y el de Georgia en el Cáucaso. Algunos de estos estados han optado por un modelo de monarquía constitucional en el que el jefe de Estado opera como figura simbólica con un papel ceremonial, mientras que otros continúan siendo regímenes absoluteos más antiguos en los que el monarca tiene un amplio control político y ejecutivo en el país.

A pesar de las variadas formas que asume el gobierno monárquico, los principios básicos de un estado monárquico son comunes. Estos principios incluyen la autoridad hereditaria de encabezar el gobierno, el derecho a dictar leyes o cualquier otro tipo de reglamentación por parte del soberano, el deber de mantener la estabilidad del país, así como llevar a cabo la defensa de su pueblo y de los intereses del estado, y el deber de preservar y mantener las tradiciones y la herencia de la nación.

La monarquía se originó hace más de mil años, forjada principalmente como alternativa a otros tipos de gobierno. Cada estado ha desarrollado su propia dinastía monárquica y leyes en un intento por mantener el poder y la legitimidad. En general, se creía que los soberanos poseían el derecho divino para gobernar, que los distinguía en términos de riqueza, conocimientos y autoridad. Esto les permitió afirmar su liderazgo, crear una estructura de gobierno eficiente, defender sus intereses y establecer límites de comportamiento para sus súbditos. En las primeras monarquías, el monarca tenía amplio control sobre la situación económica, leyes y tasas gubernamentales. Los cargos públicos se eligieron a discreción de la corona, y la religión oficialmente establecida era a menudo la del estado. Esta autoridad absoluta duró mucho tiempo, pero con el advenimiento de la edad moderna, surgieron nuevas formas de gobierno parlamentario, en las que el monarca compartía el mando con otros actores estatales.

Estas formas de gobierno parlamentario también introdujeron nuevos códigos legales para guiar la decisión y el comportamiento de los reyes y reinas.

Actualmente, la relevancia de la monarquía varía ampliamente de país a país.

Muchos consideran a los soberanos como una presencia simbólica poderosa, y la monarquía como una forma de preservar la memoria, los valores y la tradición históricos de un país. Los símbolos de la monarquía y las ceremonias oficiales siguen siendo fuertes pilares de la identidad nacional.

Otros, sin embargo, cuestionan el papel de la monarquía, especialmente en sistemas democráticos modernos.

Aún así, con demasiada frecuencia, la monarquía sigue siendo un factor clave en el liderazgo político y la unión de la gente de un país.