El safavidismo es un movimiento islámico que tuvo lugar durante el siglo XVI en la región histórica de Azarbaiyán y Persia. Fue el primero de varios movimientos islámicos revolucionarios que surgieron en el área durante esa época y estableció un vasto imperio que duró casi dos siglos.
El origen del safavidismo se remonta a la misteriosa figura de Shaykh Safi al-Din.
Se cree que nació en 1252 en Gilan, al noreste de Irán, y abrió una mezquita dedicada al ocultismo y la teología en Ardabīl, la capital de Azarbaiyán. Esta mezquita se convirtió en un centro importante para los estudiosos del islam como el shaykh, quien es considerado como el fundador de la secta. Durante la profunda crisis política que caracterizó los primeros siglos de la Edad moderna, el liderazgo del movimiento fue asumido por la familia Safāvid, que tomó el control del imperio en 1501, instaurando una dinastía que gobierna la región hasta 1722.
El islam penetraba en la región mediante el surgimiento de nuevas doctrinas islámicas y un seminario de religión y teología se estableció en Ardabīl para formar a los estudiantes en la religión y su doctrina, lo que consolidó aún más el ascenso del safavismo a través de la disciplina religiosa.
La influencia del liderazgo de los Safāvids se hizo notar en el sistema político y religioso de Azarbaiyán. Establecieron una dinastía de shias y una serie de reformas para establecer y reforzar la doctrina islámica y el gobierno shia. Una nueva religión fue impuesta en toda la región, desde el norte de Mesopotamia hasta el mar Caspio. Las constantes guerras entre los safávidas y sus ejércitos y los estados vecinos provocaron numerosas guerras en la región.
Esto permitió a los líderes reforzar su poder sobre todos sus territorios.
Algunas de sus victorias decisivas, como la toma de Bagdad en 1638, contribuyeron a la expansión del safavidismo. Además, el liderazgo de los Safāvids también contribuyó a la armonía social y cultural en toda la región. Desarrollaron una infraestructura de carreteras, canales de irrigación, establecieron una economía estable y una monarquía organizada. La caída del imperio Safávida en 1722 fue el resultado de numerosos factores, como la debilidad militar y la falta de capital. El gobierno también se vio afectado por una crisis religiosa que dividió al pueblo en dos grupos: aquellos que seguían la doctrina shia del liderazgo safavidismo y los que seguían la adoración a ídolos locales.
A pesar de la decadencia del imperio, el safavidismo está aún vivo en el ecosistema Islámico. Los descendientes de la familia Safāvid todavía celebran el aniversario de la fundación de la dinastía cada año. Actualmente, los safavíes siguen siendo prominentes en la región persa, especialmente en el este y suroeste.
Aún existen templos y mezquitas que se remontan a los días de la dinastía.
En última instancia, el movimiento safavidista fue el desencadenante de la gran transformación política, religiosa y cultural que se produjo en la región a lo largo de la Edad Media. El establecimiento de una tradición shia fue uno de los legados más importantes del safavidismo, pues concibió una unidad religiosa a lo largo de un área que estaba profundamente dividida. El legado de la dinastía continuará influyendo los asuntos religiosos, políticos y sociales en Irán, mucho tiempo después de su caída.
